El domingo 3 de septiembre se lidió en la capital cincovillesa la corrida de toros que se aplazó el pasado 27 de agosto como consecuencia de la lluvia, y con más de media plaza cubierta, una buena entrada para las arenas ejeanas, se lidió una terciadita y anovillada selección de seis astados de Antonio Bañuelos, conocidos en el argot taurino como los toros del frío, que dejó estar a los toreros, que mostraron nobleza. pero que a excepción del tercero estuvieron faltos de fondo y de transmisión, de casta sería el concepto más adecuado.
Abría plaza -va pasando el tiempo- Alberto Álvarez, que se las vio con dos rivales a los que había que insistir mucho y eso es lo que hizo el torero, que incluso se llevó una voltereta demostrándose que los toros siempre son toros. Ante sus dos enemigos el espada estuvo voluntarioso y con ganas de torear, destacando en un quite por gallosinas también llamadas crinolinas o charrinas de buen trazo, pecando, quizá, de querer torear demasiado con la mano derecha sin la ayuda del estoque, lo que algunos llaman y yo me niego, naturales con la derecha. Al final se llevó una oreja de cada uno de sus enemigos que era a lo máximo que podía aspirar con ese lote.
López Simón sustituía al anunciado Cayetano que andaba todavía en Ronda celebrando el éxito de la tarde anterior y estuvo también voluntarioso y con ganas, buscando la senda de encontrarse a sí mismo en esa travesía que comprende el camino de la presión y de las faenas medidas por el número de pases. López Simón tuvo un toro facilón como su primero y un quinto bis de la misma ganadería que posiblemente fuese el más deslucido de la tarde. Cortó un apéndice del segundo y hubiera cortado otro del quinto si no hubiera habido fallo a espadas, pues el público de Ejea ayer era todo bondad.
La raya de la diferencia la marcó Roca Rey con el tercero, el mejor torete de la tarde, que en muchas plazas de primera no hubiera pasado como utrero pero que tuvo transmisión y durabilidad, bravura en resumen, al que el peruano toreó sólido y férreo, sobre todo en los naturales de trazo largo y poderoso que al aficionado le calaron profundo, cimentando una actuación sazonada lejos de esos pases cambiados por la espalda y esas arrucinas escalofriantes de otras tardes. Toreó estructurado y aunque se adornó en algún pasaje de la lidia, lo hizo como mero complemento a su magna actuación, cortando dos orejas merced a una estocada fulminante. Ante el sexto no pudo redondear la tarde pues se encontró con un toro que, al igual que sus hermanos, solo daba opción a un trofeo.
En resumen, la tarde fue entretenida aunque demasiado larga, siendo más interesante la primera parte que la segunda y complicada a partir del quinto que es cuando se encendió la luz artificial pues se nos comían unos mosquitos como tábanos de gordos que se dieron el gran festín.
El Presidente no contrarió al respetable y algunas cuadrillas se pasaron pidiendo trofeos para sus matadores, al igual que los mulilleros a los que se les vio el plumero.