Fue un 29 de octubre de 2003 cuando el maestro aragonés nos dejó para siempre, por eso hoy hemos querido recordar a quien fuera uno de nuestros mejores toreros de todos los tiempos, representante de una época en la que muchos de nosotros comenzamos a iniciarnos en el mundo de los toros.
Fermín Murillo había nacido un 4 de noviembre de 1934 en la zaragozana calle dedicada al padre Boggiero, uno de los héroes de la Guerra de la Independencia. Su niñez la pasó entre la capital aragonesa y Barcelona, donde sería aprendiz de sastre, oficio que abandonó por el de los toros como consecuencia de su amistad con Curro Herrero.
Su primer novillo lo mataría en la plaza de las Arenas de Barcelona, acartelado en la parte seria de un espectáculo del Empastre. En aquellos lares conocería a toreros ya consagrados como Mario Cabré y, junto a Enrique Molina y José María Clavel, destacaría en la Escuela Taurina de la ciudad condal que regía en aquel entonces Pedrucho de Eibar, de tal manera que el periodista y crítico taurino José Martín Villapecellín decidió apoderarlos, tras lo cual todos trasladaron su residencia a la capital de España, donde vistió a los tres de corto para promocionarlos en los ambientes taurinos de la ciudad. Cumplido el objetivo, el 23 de marzo de 1951 se presentaron en Las Ventas cosechando un gran triunfo, por lo cual, ese mismo año Fermín Murillo debutaría con caballos en Valencia el 7 de octubre.
Los Niños de Villapecellín, como eran conocidos los tres aspirantes, hicieron el paseíllo en Madrid el 19 de marzo de 1952 ante un complicado encierro de utreros de Isaías y Tulio Vázquez, que no facilitó el triunfo. Después de aquello, Fermín cambió de apoderado y dejó su carrera en manos de Lucinio Cuesta, presentandose en Zaragoza un 3 de octubre de 1954, junto al espada de Manchones Antonio Palacios. Tras una larga formación como novillero Fermín Murillo toma la alternativa el La Misericordia de la capital del Ebro un 21 de abril de 1957 ante un toro de Miura con Chicuelo II de padrino y Jaime Ostos de testigo.
Yo lo vi varias veces en Ateca cuando, a lo largo de sus muchos viajes cruzándose España entera, paraba a saludar a mi abuelo Gaspar, que era un buen aficionado, y se bajaba de aquellos coches negros tan grandes que llevaban entonces los toreros, con un botijo colocado en la parte exterior para enfriar su contenido y con su nombre escrito en negro. A mí entonces me parecía muy alto y muy serio, a pesar de que se reía mucho, y al ser torero lo admiraba profundamente desde mi corazón de niño. Su presencia en el patio familiar sentado junto a mi abuelo en unos sillones de mimbre con unos vasos de vino y un poco de jamón y queso me traen recuerdos imborrables. Seguramente estén ahí los cimientos de una posterior afición.
A lo largo de su carrera, desde que Murillo se hizo matador hasta su definitiva retirada el 23 de julio de 1972 en Barcelona, desàchó muchas corridas duras y su trayectoria fue ejemplo de honradez profesional para sus compañeros, por lo cual reciba nuestro reconocimiento desde su descanso eterno.
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