Enfrentarse a un animal bravo ayudado de capote y/o muleta es una práctica que cualquier aficionado debería poder realizar en su vida. Es más, debería ser de obligado cumplimiento para todo aquel que desarrolla trabajos directamente relacionados con el toreo, como ejercer en el palco presidencial, firmar crónicas, ser delegado en el callejón, hacer fotos, gritar habitualmente desde el tendido, en fin, para todo aquel que suele frecuentar la plaza en días de corrida.
Personalmente reconozco que hacía veinte años que no me ponía delante. Recuerdo de aquella época mi preocupación por lo físico y por burlar la embestida de la becerra de la manera que fuese como consecuencia de unos conocimientos insuficientemente sólidos para llevarlos a la práctica, por lo que sufría numerosas volteretas por mi inexperiencia y ahora pienso que también por las escasas condiciones del ganado lidiado.
Veinte años mentalizado de que no podía ser. Un mal golpe. Una pierna rota. Papeleta familiar. Mal rollo en el trabajo. Veinte años reprimiendo la inigualable sensación de pasarse de cerca a una becerra. Y fue el sábado pasado. La culpa la tuvieron unas buenas vacas de Ozcoz y un torero como Ignacio Ríos al que vi torear como se sueña. Para uno mismo. Muy despacio y muy suave. Sobrado de técnica. Muy puesto de campo. Siempre muy templadito.
Él me invitaba a coger los trastos y yo decía que no. Gané en la primera res, noble y muy justa de fuerzas con la que salieron muchos aficionados mientras yo me tapaba una y otra vez. Pero en el envite de la segunda no pude decir que no. El veneno estaba dentro. Y llegó el miedo al ridículo de una voltereta o a las consecuencias de una rotura de mala suerte. El corazón se me salía por la boca pero la cabeza me permitía pensar. Había ganado en control. Deseaba cruzarme y torear tan despacio como Ríos, sin conseguirlo, por supuesto. Quería vaciar la embestida y rematar atrás y no sabía. Al tercer muletazo la becerra me apretaba. Apenas logré templar ni mandar. Si se quiere aprobé justo lo de parar. Pero me di cuenta de lo que es la soledad del uno contra uno aunque la plaza esté llena, me percaté de dónde hay que ponerse para que no embista el animal así como de lo difícil que es que te obedezca la becerra para que vaya por donde tu quieres. Y experimenté la inigualable sensación de llevar a un animal bravo embebido en la muleta.
Cuando llegué a casa me dolían los dedos de sostener los trebejos y tuve que tirar a la basura los zapatos porque, llenos de albero de la cuidada finca de La Tahona, habían envejecido diez años de golpe; pero una vez en la cama tardé en conciliar el sueño recordando uno por uno los muletazos que le había dado a la becerra y admiré más si cabe a quienes son capaces de ponerse delante de un toro bravo. Repasando lo vivido confirmé la grandeza del toreo y llegué a la conclusión de que a lo peor un día la tauromaquia comercial desaparecería, pero también alcancé el convencimiento de que mientras exista un solo animal con sangre brava en sus venas y una persona que sea capaz de ponerse delante de él, el toreo continuará porque en sí mismo se ha hecho eterno.
Paco, describes a la perfección esa sensación que percibidos los neófitos con las telas cuando nos ponemos delante de una becerra. Ponerse, ayuda a entender mejor lo que ocurre en el ruedo, pero no por ello debemos entrar en la comprensión misericordiosa cuando los profesionales hacen las cosas mal o demuentran su manifiesta incapacidad de lidiar un animal bravo.
ResponderEliminarLeyendo tu post me ha sido inevitable echar la vista atrás, y recordar con satisfacción las pocas veces en las que me he atrevido a pegarle dos trapazos a una vaca. Es una sensación indescriptible pero que tú, en tu relato, has conseguido acercarnos.
Saludos
David: Gracias por tus palabras y por tus conceptos, que comparto plenamente. No obstante, ponerse delante ayuda en ambos sentidos, en sendas manifestaciones del toreo, porque te vuelves más comprensivo ante las dificultades pero también más exigente cuando estás viendo que las cosas no se hacen bien.
ResponderEliminarY además todo en su justa medida porque pegarle cuatro muletazos a una becerra no nos acerca ni de lejos al más malo de todos los novilleros, aunque la experiencia que se vive no la cambias por ninguna.
Saludos
JUZGAR A LOS PROTAGONISTAS DE CUALQUIER TIPO DE ESPECTACULOS, NO TIENE PORQUE LLEVAR IMPLICITO QUE CUALQUIER TONTUELO Y ATREVIDO, OSE EN IMITAR A UN CONSUMADO PROFESIONAL INTENTANDO HACER UNA TAREA SIMILAR, SI ASI OCURRIERA, EL ESPECTACULO QUE VISONA, Y POR EL CUAL PAGA, SI FUESE DE ESA GUISA TAN FACILONA, O AL ALCANCE DE CASI CUALQUIER AFICIONADILLO, CARECERIA DE INMEDIATO, DEL MAS MINIMO DE LOS INTERESES Y DE LOS MERITOS.
ResponderEliminarEN TAURINO, cuando, cualquier g10 y sus representantes, son capaces de montar los espectaculos que han montado hace unas semanas en los corrales de las ventas...pues eso, QUE SON UNOS MEMOS, Y POR MI PARTE NO GOZAN DE
NINGUNA CONSIDERACION,
REPITO, DE NINGUNA CONSIDERACION COMO TOREROS,
ES MAS HAY ALGUNO QUE ES UN MALISISMO TORERO.
el arte de la trileria podria tener alguna justificacion, pero el engaño DESCARADO, NO TIENE UN PASE.
Y EL QUE SE QUIERA ARRANCAR, QUE SE ARRANQUE, QUE NO VA A LLEVAR FRIO.
ala majetes, a embestir mas, y a hablar menos de alivios, que ya esta bien.
SALUDOS DEL PEQUEÑO SALTILLO
Lesaqueño (Pequeño Saltillo): Te sobran los insultos. No son imprescindibles.
ResponderEliminarRespecto a lo que yo he escrito sobre ponerse delante no sé si no lo has entendido o es que no lo quieres entender, pero están muy claras mis intenciones.
En cuanto a los del G10 el que no te entiendo soy yo. No sé de qué va la cosa. Tú dirás.