Nadie quiere decir nada al respecto pero alguien tiene que poner freno a este despropósito, pues salir en estos momentos por la Puerta Grande de cualquier plaza de toros en nuestro país, y más si es Madrid o Sevilla, es un suplicio. Sí, ya sé que pensarán que bendito suplicio. Aumento de contratos. Elevación del caché. Ganaderías de mayores garantías. En fin un sueño teatral pero no redondo del todo.
La pieza tiene dos actos: un primero en el que el espada recibe, al menos, una segunda oreja donde impera la alegría del matador por haber conseguido tan loable galardón, pero en el que los mozos de espadas ya presagian la tragedia descosiendo los machos de las hombreras y poniendo a buen recaudo tan codiciado trofeo para los coleccionistas del toreo. Y aquí entran en acción personas como el Chino o El Mesías. Costaleros profesionales que recorren cada plaza donde torean las figuras para sacarlas en hombros si hay Puerta Grande. Personas que conocen su difícil oficio y que pasean al matador lo mejor que pueden por el interior del coso entre las ovaciones del público. Comienza la paliza para el diestro. Que nadie piense que se va cómodo sobre los hombros de un capitalista. Es lo que toca. Pero lo peor está por llegar.
El segundo acto: Se abre la puerta de la plaza y una muchedumbre enardecida quiere tocar al héroe mientras los cavernícolas de turno arrancan caireles, alamares, hombreras y hasta pedazos de la banda de oro de la taleguilla al matador que se va doblando en escorzos imposibles con cara de "por favor, me acerquen a la furgo, que no puedo más", mientras sonríe a un gentío, con cara de circunstancias, que le destroza el vestido y le hacen cisco brazos y lumbares.
El segundo acto: Se abre la puerta de la plaza y una muchedumbre enardecida quiere tocar al héroe mientras los cavernícolas de turno arrancan caireles, alamares, hombreras y hasta pedazos de la banda de oro de la taleguilla al matador que se va doblando en escorzos imposibles con cara de "por favor, me acerquen a la furgo, que no puedo más", mientras sonríe a un gentío, con cara de circunstancias, que le destroza el vestido y le hacen cisco brazos y lumbares.
Un circo. Una papanatada. Una sinrazón y un sinsentido. Esto hay que cortarlo. Al torero hay que aplaudirle. Saludarlo si se quiere. Pero estos espectáculos de las "puertasgrandes" de este año tienen que desaparecer del toreo. Hay brusquedad y violencia. Nada más alejado de nuestra Fiesta.
Pero, a decir verdad, a fuerza de presenciarlas en nuestra España, llegué a pensar que estas trotanas al diestro eran algo normal i iban aparejadas al toreo. Craso error. El pasado domingo vi a Castella salir en hombros por la Puerta de los Cónsules de Nimes después de cortar tres orejas y no existía la brutalidad referida. El diestro iba erguido a hombros del Mesías y, escoltado por el Chino, la multitud le aplaudía, le daba la mano, alguno hasta le tocaba el traje. Pero ni un tirón, ni un desgarro, pas de violence. Como debería ser aquí y como siempre ha sido, aunque ya no. La policía y la cuadrilla intentan priorizar la cordura. Se enfrentan a la marabunta. Pero solo hay un camino sensato: El que pasa por el civismo y la educación. Hagamos un esfuerzo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario