Debo reconocer que desde que supe
de su grave percance he seguido con interés las noticias sobre su estado de
salud, albergando, en un principio, la esperanza de que pudiera salvar su vida
y ahora ya asumiendo que las consecuencias de esa desafortunada voltereta en la
plaza de toros de Ciudad Lerdo, en el estado de Durango, traerán consigo la
inmovilidad de sus extremidades del cuello hacia abajo, aunque podrá hablar y
comunicarse con los demás.
El toro se llamaba “Pan Francés”
y era de la ganadería de Guanamé, del que dio cuenta Jesús Sotomayor, el cual,
a pesar de cortar tres orejas, en un gesto torero no quiso salir a hombros por
respeto al compañero herido que en esos momentos se debatía entre la vida y la
muerte.
Siempre dijo que quería morir en
la plaza, como Manolete, pero el final para su carrera ha llegado de la manera
más imprevista, si bien es cierto que las caídas al abismo no son nuevas para
Ud. como tampoco las remontadas a la heroica hasta ver de nuevo la luz, aunque
se va sin haber conseguido confirmar en Madrid, que era su ilusión. Así somos.
En su vida como torero no lo ha
tenido fácil, pero siempre ha sobrevivido haciendo gala de la máxima de que
“hay que doblegar al mundo sin que te imponga las normas”, lo que le ha hecho
vivir en el límite, disfrutar de la gloria y aprender de los fracasos como
nadie, transportando su filosofía de vida al ruedo de la plaza de toros, pues
El Pana, como le gustaba dirigirse a sí mismo, y sus circunstancias envolvían
al toreo con aires de libertad.
Yo pude cruzar algunas palabras
con Ud un día de septiembre de 2014 que toreó un festival en Ateca, en la
provincia de Zaragoza, y le recuerdo con su puro en la boca, sus sienes
plateadas que resaltaban más su morenez campera y, al cuello, un pañuelo
amarillo antisupersticiones. Introvertido por la mañana en las distancias
cortas como Rodolfo Rodríguez, se convirtió en un vendaval por la tarde cuando
se transformó en El Pana. Ataviado con el vestido charro y el sarape multicolor
que le regaló la Peña Taurina Asoleada de Saltillo, en Méjico, desgranó un
toreo único, irrepetible e inclasificable en los cánones artísticos de la
actualidad, pero lleno de inspiración, romanticismo y belleza.
Desde su propia conformación como
ser humano, su vida ha sido una constante paradoja, pues incluso cuando se iba
a retirar en la Monumental de Méjico en 2007 tuvo que quedarse en la profesión
al cuajar a un toro de nombre “Rey Mago” en una tarde donde firmaría el brindis
de mayor contenido humano de la historia del toreo dedicado a las damas de
tacón dorado y pico colorado, las que le dieron protección y acompañaron en su
soledad.
Ahora llegó el final para los
trajes de luces y las noches de bohemia. Lo importante está en otro lugar, así
que Dios le bendiga, Pana Rodríguez. Mucho ánimo maestro.(Texto difundido en el programa Clarín de RNE, de fecha 8-5-2016. Ver Clarin online. RTVE.es a la carta)
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