Pues sí, poca luz ayer en la Misericordia de Zaragoza pues hasta el tercer novillo que encendieron la iluminación eléctrica parecía que estábamos en Medinaceli en la noche del "toro jubilo". Los aficionados demandaron luz y por fin llegó, pero a los focos nada más.
Se lidiaba una novillada de Hermanos Marcen Romero. Bien presentada en general, con un novillo tercero aplaudido de salida y de juego aceptable. Ahí se acabó todo: 2º y 6º desclasados, 1º blando de remos, 4º peligroso y 5º bis muy manso.
Con las cosas así es muy difícil. Poco público en los tendidos, muy poco; sin luz artificial y la cubierta echada más un primer novillo que se caía ante la vulgaridad de Martín Campanario, novillero de Huesca que fue volteado antes de instrumentar un esbozo de faena y matar por fascículos con múltiples intentos de descabello. Para finalizar, las mulillas se hicieron un lío y fueron al suelo. Silencio tras dos avisos y el corralero calentando. Ante el mal cuarto Campanario estuvo espeso de ideas, no supo programar su labor y volvió a matar muy mal. Otro silencio que no le servirá de nada.
Alvaro de Miguel fue desarmado con el capote mientras duraron las tinieblas y volteado con la muleta planteando una faena de escasos argumentos ante un novillo sin opciones. El quinto se lesionó de salida al chocar contra un burladero. Se podía ir recuperando si hubiéramos tenido tiempo, me explicó con acierto mi amigo Manuel Gallego, copropietario del hierro "La Tahona". Y era verdad, pues ya con el pañuelo verde ondeando en el palco, el novillo mostró signos de mejoría, pero la suerte estaba echada y tuvo que salir un bis del mismo hierro, peligroso en banderillas, que puso en evidencia a quienes tenían que colocar los palos. Y con la muleta el novillero me pareció valiente. Sí, no le perdió la cara a un animal que había llevado de cabeza a sus hombres de cuadrilla. Otra cosa es que no pegara un pase. Silencio en ambos.
En el momento de salir el tercer novillo, un dios hizo la luz. Se encendieron los focos y podíamos ver a nuestros compañeros de tendido y a quienes se fajaban en el ruedo. Salió un novillete guapetón, bien presentado que levantó ovaciones y un novillero colombiano, de Medellín para más señas, llamado Luis Miguel Castrillón que apuntaba buenas maneras y que seguramente por eso ayuda José Antonio Campuzano. Se desmonteró tras colocar los palos Ernesto Caballero, y el novillero anduvo puesto con la franela pero sin cuajar la faena, y en el país de los ciegos cortó una oreja. Ante el deslucido sexto el colombiano hizo lo que pudo en una labor anodina después de que sus banderilleros Iván Romero y el citado Caballero tuviesen que corresponder saludando al respetable.
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