viernes, 12 de septiembre de 2014

El aroma de Frascuelo y la revolución mejicana de El Pana


Con dos tercios del aforo cubierto se lidiaron en Ateca cuatro erales de la ganadería de Camporredondo, propiedad del matador de toros Jesús Millán, de buen juego en general, siendo premiado el segundo con la vuelta al ruedo, encastado el primero, nobles segundo y cuarto y con más problemas el tercero. Festejo organizado por Ignacio Ríos.

Frascuelo: Ovación tras aviso
El Pana: Dos orejas con Puerta Grande
Iván Vicente: Oreja tras aviso
Javier Espallargas: Oreja

Ateca vivió el 8 de septiembre una fiesta de arte, emoción y torería como consecuencia de lo acaecido en el festival programado con motivo de su patrona, la virgen de la Peana. Abría cartel Carlos Escolar “Frascuelo”, que recibió a su oponente con una larga cambiada de rodillas, luciéndose a la verónica en tandas de contenido añejo. El novillo estaba encastado y contenía los problemas propios de la bravura, por lo que el maestro tuvo que emplearse a fondo y sufrir hasta tres achuchones a lo largo de la lidia que no lo descompusieron. Con la muleta las tandas tenían cuajo y profundidad, haciendo trabajar lo suyo a los fotógrafos pues cada lance era un cartel de toros y hasta le cantaron hondo desde el tendido envolviendo la tarde en una nube de arte. A la hora de matar enterró el acero en la suerte de recibir pero el novillo tardó en caer necesitando de varios intentos de descabello, quedando el premio en una cariñosa ovación.
Foto: Sevi
Foto: Sevi
Con el noble segundo, Rodolfo Rodríguez “El Pana” dejó claro que no quería dejarse ganar la pelea. Toreó por tafalleras muy mexicanas con el capote y pareó con vistosidad y desparpajo ganándose la voluntad de un público al que se metió en el bolsillo desde el primer momento. Muleta en mano “El Pana”, que lucía vestimenta de charro, desenterró tandas en desuso que hicieron vibrar al respetable haciendo que el público le corease la canción de El Rey con la plaza puesta en pie, mientras el torero toreaba por bernadinas al paso, citaba como bailando y entre tanto recetaba pases con aroma de ranchera, y como acertó con la tizona a la primera se le concedieron las dos orejas de un novillo premiado con la vuelta al ruedo mientras “El Pana” besaba las arenas atecanas desatando el delirio.
El tercero tenía más cuajo que los dos novillos anteriores y le correspondió a Iván Vicente, matador de toros que estructuró una faena de menos a más, pues si en los primeros compases el astado le llegó a plantear más de un problema, el madrileño los solventó a base de consentir y de bajar la mano, logrando que el bicho menos lucido de Millán lograra meter la cara en su muleta, consiguiendo un merecido apéndice tras la suerte suprema.

Cerraba tarde el novillero Javier Espallargas, que recibió a su primero con dos largas cambiadas de rodillas y un farol, dejando su tarjeta de visita en la población del chocolate. En la muleta el novillo fue noble y le permitió a su matador ejecutar todo su repertorio con agrado de un público al que le costará olvidar la tarde de toros que vivió.

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