Llevamos unas semanas durmiendo con las cartucheras puestas.
A tres menos dos se escuchaban las sirenas y había que salir corriendo. Ahora toca dar la cara y justificarse. Reforzar las barricadas y no echar ni un paso atrás. Pero yo me pregunto: ¿Hay que entrar en esa guerra?, ¿Hay que justificarse ante quienes no se informan y muchos de ellos insultan y descalifican en actos de ignorancia pero que luego quedan impunes?. No lo tengo claro.
Los toros conforman un todo indisoluble de difícil clasificación. Ahí está el problema. Para unos es claramente una manifestación cultural -García Lorca pensaba que los toros son el espectáculo más culto del mundo-, y Almudena Grandes en un artículo magistral que recomiendo encarecidamente (El País de 8-3-2010) refuerza esa teoría; para otros un divertimento más que debe ser regulado por la legislación vigente (Régimen Interior autonómico), hay quien piensa que es la manifestación de arte efímero más importante jamás creada y otros se quedan en la crueldad que lleva aparejada el sacrificio de un animal mientras vende cara su vida. Y como decía anteriormente, ese es el problema, para los "pros" y para los "antis", pues los toros son todo eso y seguramente muchas cosas más, pero todo eso de manera indisoluble e imposible de tratar por separado, pues una parte nos conduce a la otra.
Ese es el motivo por el cual la Fiesta engancha o desagrada. Quien de todo ese conjunto se queda con la belleza, la emoción, el sentimiento, el colorido, el respeto por quien alterna con la parca, la admiración por quienes son capaces de dominarse para dominar al toro y disfruta con la amistad que va arraigando poco a poco con un compañero de tendido, volverá tarde tras tarde a ver un espectáculo único e irrepetible, que de una u otra manera arrastra cientos de años de relación entre personas y toros.
Pero es complicado explicar emociones, sensaciones y sentimientos, pues hay quien en los toros sólo ve la parte sangrante del espectáculo, la que unos acatan como parte de la liturgia y otros detestan porque únicamente reconocen maltrato al toro y desconsideración como ser inferior con el que no se tiene respeto alguno. Posturas irreconciliables en un mundo de enormes desigualdades e hipocresías donde unos pocos especulan e ingresan cifras astronómicas en sus cuentas corrientes mientras una mayoría de seres humanos, digo bien, seres humanos, no tienen para comer mientras las grandes potencias prefieren tirar los excedentes de producción al mar antes que regalarlo a los países pobres para no hundir los precios del mercado. Vivimos en una sociedad donde se permite que trabajen niños en minas, que se alimenten otros en estercoleros, que niñas sean prostituidas en actos canallescos o que pederastas amparados en organizaciones poderosas den pávulo a sus bajos instintos abusando de los más débiles. Podríamos seguir. Hay muchos casos de injusticias y desigualdades impunes que son callados por una sociedad egoista que lo más importante que tiene que hacer es debatir sobre la Fiesta en un parlamento autonómico.
Nos han llevado el gato al agua. Con lo que hay que arreglar y se meten con los toros. Pero esto no es nuevo, ya en 1567 el Papa Pío V prohibió las corridas de aquel entonces porque los toros eran un espectáculo discordante con los principios del cristianismo. Y eso en un contexto donde se compraban y vendían los cargos eclesiasticos y con frecuencia el clero no le hacía ascos a los placeres carnales. Posteriormente hubo más, Felipe V y Carlos III también lo intentaron, pero al final el pueblo siguió haciendo lo que quería, que era ir a los toros.
Así que cada uno a lo suyo, yo entiendo que no todos han tenido un abuelo que los ha llevado a la plaza o unos padres que los han sentado entre sus piernas calentando tendido, que es la mejor manera de iniciarse. Sin ese enlace es muy difícil el enganche. Los tiempos cambian y ahora les ha dado por los toros, pero la mejor manera de defenderlos no creo que sea intentar convencer a nadie de lo bien que vive el animal o de lo ecológicos que somos manteniendo dehesas, sino recuperar un espectáculo puro, con toros íntegros y toreros que emocionen, como era en tiempos pasados, antes de que Alí Baba y sus más de cuarenta "amigotes" se apoderaran de la Fiesta como los chinos del Tíbet.
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